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lunes, 27 de junio de 2011

En buena hora


En buena hora que deje atrás esa conversación tan larga y estúpida. El solo escucharle me sonaba nauseabundo y falso. Tan falso como sus amigos y su vida.  En buena hora que agarré la valentía de decirle adiós y así salir presuroso, eximiéndome de tontas excusas y falsas sonrisas. En buena hora que el tiempo y el lugar se juntaron en uno para regalarme un preciado instante del que persiste encuentra. Un instante del que ahora soy parte y víctima.

No me costó una vida decirles que me tenía que ir y que no podía estar con ellos. Soné muy natural y caí incómodo. Eso me gusto, pues es mejor dejar una mala imagen a las personas que realmente no te caen, así guardas tu mejor imagen para los que en verdad la merecen. Así fue que salí sin ánimos de estrecharle la mano a cada uno de sus amigos y sin ánimos de preguntarle a ella el porqué se junta con tanto imbécil.

Ya distanciado de esa falsa mesa, aun sentía el aroma a hipocresía y con qué gusto lo respiraban. Yo no, así que apuré el paso y me dirigí hacia cualquier lugar, pero tenía que ser lejos. Lejos de ella, de sus amigos, de lo normal, de lo falso. Fue así que encontré una banca en forma de semicírculo. Perfecto pensé. No había nadie ocupándola. Era sola para  mí.

No quería atender a nadie ni siquiera ser atendido. Me sentía lo suficientemente cansado de escuchar problemas de otros. Es más, tampoco pretendía ser escuchado, pues de que sirve hablar si cuando quieres hablar nadie quiere escucharte. Todos queremos ser escuchados, algunos se mueren por contar sus problemas; otros, se quedan callados porque simplemente no pueden contarlos. Yo creo que puedo contarlos, pero hace poco me di cuenta que abuso mucho de esa habilidad. Cuento y cuento, sin preocuparme de los problemas de otros.

Si había a alguien a quien quería escuchar, era a Peter Bjorn & John. Había una canción de ellos que me transmitía impotencia. Me presentaba preguntas y no necesariamente para ser resueltas. Ya con el celular en la mano y con los audífonos en su lugar, la puse a reproducir y me aparte. Me aislé por unos seis minutos.

Papapapapapapapapaaaaaaa, Papapapapapaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Papapapapapapaaaaaaaaaaaaa. Mantenía los ojos cerrados con la excusa de vivirla más. Así me lo hicieron saber unos drogadictos en mi viaje de promoción, pero carecía de sentido. Las canciones necesitan ser parte también de paisajes y de momentos. Así que abrí los ojos. Quizá algo bueno habré de presenciar.



Lamentablemente, la canción terminaba y el final no parecía ser el correcto. No quería que acabara así, con la impotencia de no poder hacer nada. Con las melodías tristes congelando el instante. Con tus ojos sobre mí, domando mi vida, mi accionar.  Con tu paso alejándose cada vez más lento y preciso. Con tu fragancia alejándose. Con tu cuerpo desviándome. A dónde se mueve ella?   A dónde irá?  Son las preguntas que no necesariamente fueron resueltas. En buena hora que apareciste. En buena hora que decidí  apartarme de lo monótono. Apareció  ella como de costumbre, en el momento indicado y con una hermosa canción.              

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