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lunes, 29 de agosto de 2011

Kids



Compartíamos la misma quinta con Rafaela. Ella vivía en el 310; yo en el 306.

Mis recuerdos y mis apuntes me llevan hacia Rafaela, hacia el amor que tuve por ella y hacia el dolor que me causó su partida. Ella era inigualable, se llevo toda mi infancia y con ello todo mi amor, todo lo que pude dar.

Ay Rafaela!

Rafaela tenía cinco años y yo seis, aún así compartimos el mismo grado en un colegio cercano a nuestra quinta. Un colegio que camufló nuestro amor y que guardó el secreto de nuestros besos. Unos besos secos y sinceros, pero aún inocentes.

A ella la veía todos los días. Bastaba alistar mis cosas en mi maleta y tocar la puerta de al frente. Su mamá al instante me iba abrir y nos iba acompañar hasta la puerta del colegio. Ya en la tarde pasábamos horas en mi cuarto, intentando hacer nuestra tarea, dibujando, pintando y disfrutando de esos años felices. Para terminar el día, en la noche, íbamos hacia su casa (hacia al frente) para comer con su mamá (yo no comía con la mía, porque la mía llegaba tarde). Ahí disfrutábamos de muchísimos más juegos y nos divertíamos viendo a su mamá llorar por cada estúpida telenovela.

Ay Rafaela, qué hermosa eras Rafaela. No te veía lejos.

Rafaela me comentó sobre un viaje que tenía que hacer, que iba a ser bien lejos y que iba a durar muchos años. Yo pensé que era una mentira y como para burlarme le recordé que ella me había hecho prometerle que nos casaríamos de grandes. Algo que ella no olvido, pero su mamá se lo hizo olvidar.

Ay Rafaela, no me digas eso!

Al parecer, el dejar de ver telenovelas estúpidas hizo que la mamá de Rafaela saliera en busca de pareja. Así lo consiguió. Una pareja que llenó sus expectativas. No físicas, pero sí económicas. Así se llevó consigo a Rafaela y a su mamá a un lugar mejor. Lejos de esa miserable quinta, pero también acogedora. Lejos de la pobreza, más lejos del amor.

Mi madre faltó un 7 de abril a su trabajo. Ella sabía del amor que le tenía a Rafaela, por eso mismo no dudó en eximirse de sus obligaciones y acompañarme en ese día tan difícil. Mi mamá no tardó en explicarme lo que significaba irse. “No te preocupes, no van a dejar de escribirse. Solo es un viaje que tiene que hacer, va a volver pronto, de acá a unos tres años. El tiempo pasa volando” Volando en tristeza me encontraba. El solo ver partir todos sus juguetes, sus muebles, el viejo televisor en el que veíamos con su madre las telenovelas, su ropa, su madre y a ella, me hizo sentir peor.

Ay Rafaela, ¿qué puedo hacer?

Desde el cuarto más alto de la quinta observé cómo se iba Rafaela, como se iba el amor. Era inevitable la despedida y para hacerla menos triste decidí quedarme con mi mamá en la parte más alta. Rafaela volteó la mirada para ver si era respondida y lo único que encontró era mi rostro a punto de desencajarse. Todo era tan inevitable.

El taxi que los llevaría hacia el aeropuerto, hacia un futuro mejor, fuera de este país de mierda, fuera de esta quinta de mierda, estaba a punto de salir. No iba a ser un hasta luego, supe que era despedida y que nunca más la volvería a ver. Por eso mismo, corrí alocadamente hacia al taxi. Si me vio llorar era lo de menos. Era la última vez que la iba a ver, por lo menos un último beso, un último suspiro, un último adiós. Chau Rafaela.