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viernes, 1 de junio de 2012

¿Qué mierda quieres?


Quinto de media, periodo agridulce, del cual mantengo vivo el recuerdo de mis últimas acciones como el “tonto tranquilo”, aquel que siempre pasó desapercibido e intocable por el resto. Último año escolar, imagen incesante, etapa que marcó el paso de mi inadvertida vida hacia mi irreconocible lado pendenciero. Quinto y último año. ¿Cómo olvidarlo? Es Paloma, la que  pone las incuestionables razones que me limitan el pensamiento y el orden emocional del que ahora padezco. Culpable del amor incontrastable que pude tener, del latir epiléptico, de mis días sollozos y del calor que a su partida hace falta. Paloma y sus problemas.


Desde el momento en que la conocí, sabía que iba a ser un problema, aunque, caprichosamente, eso me alentó más. El comprender que había salido de una prolongada relación con Santiago, hizo interesarme en ella y así revelar todo mi odio contenido. No específicamente por él, sino por mi entorno. Estaba ya cansado del repetitivo concepto que tenían sobre mi persona. Prejuicios y más sobre-estimaciones. Debía hacer algo y pensé quizá, apresuradamente, que enamorarme de Paloma era la solución.

La conocí como piedra del destino, pues cayó a mi lado arrastrada por la marea, esas olas que empujaban, día a día, sus amigas. Una de ellas fue Cami, la que permitió nuestro primer acercamiento. No lo hizo apropósito, pero al esclarecerse los intereses no dudó en alentarnos. “Es un buen chico”, decía ella.

Al conocerla no dudé en que terminaría completamente enamorado de ella. No solo por su tan bien cuidado aspecto físico, sino también por la intocable personalidad que demostraba en su convicción al hablar. Tan sutil, tan diferente, tan Paloma. Hasta llegué a olvidar lo deprimente que era estar en el colegio, mientras ella cursaba su segundo ciclo en la universidad. Aunque no pude quejarme del apoyo de la tecnología, pues el chat, las llamadas y los mensajes de texto me facilitaron las oportunidades con ella.

Avancé raudo en las iniciativas, dejando de lado los miedos propios de un enamoramiento. La invité a mi casa y  extrañamente ese día coincidió con una “tirada de pera”. Una fecha donde varios de mis compañeros llegaron a mi casa para beber y evitar la misma rutina de siempre. Tomamos como jóvenes desenfrenados, dejándonos llevar por el momento. Aunque para mí, mejor instante era aún el que se aproximaba. Iba a ver a Paloma en pocas horas.
            
            —¿Estás seguro de lo que vas hacer? —me preguntó "el loco" finalizando la reunión.
—Es justo lo que esperaba —respondí con certeza.


Sin duda alguna no esperaba solo verla. Tenía en mente que ese día iba a ser crucial con lo que respecta a la imagen que pueda ofrecer. “Basta ya del tonto tranquilo”, me repetía internamente. Era el momento de actuar y si tenía que besarla lo iba a hacer.


Y lo hice, la besé. Aunque no todo fue tan rápido. Primero, dimos espacio a la impaciente conversación, que cada vez hacía ver más de cerca el acto sexual. Al instante, los coqueteos se dieron y dueño la verdad no fui, pero supe tras sus labios insinuados que ese era el día.


 Paloma cerró los ojos, mientras, lentamente, se fue acercando a mi boca. Se soltó el pelo y cada vez más desafiante me introdujo a ser parte de su juego. Enardecido de placer recurrí a lo que mis manos deseosas no podían besar: su hermoso cuerpo. Me concentré en él, al que ávido e impaciente levanté del filo de mi cama hacia dentro de mis sábanas. Se escuchó el caer de sus zapatos, el jadeo incesante, las promesas no hechas y el golpeteo de mi cuerpo con el suyo. Quizá el morbo devoró nuestros miedos.


Ya concluido el rito, Paloma se echó a mi costado. No quería conversar en ese preciso momento, pero caí en la obligación.

—¿Es verdad que me quieres?
—Claro…ya te lo dije. No te voy mentir con eso.

No sé si le mentí cuando tuve en mis labios la respuesta, pero de lo que estuve seguro fue que esa pregunta cayó en un mal momento. Todo transcurrió tan rápido que no sabía si estaba enamorado o si todo lo que había hecho era por odio. Lo primero sí era real, aunque me costaba aceptarlo en ese mismo instante en el que tuve su torso encima del mío.


Finalizado nuestro encuentro amoroso, no la volví a ver hasta dos días después, que coincidió con lo que habíamos quedado vía mensaje de texto. Propusimos vernos frente al parque de mi casa, manteniendo siempre la clandestinidad.


Y llegó el día. Iba a ver otra vez a Paloma y tenía muchos planes con ella. El dejarla de ver me hacía quererla más. Es verdad, cuando dicen que una mujer con el sexo te puede atrapar, pero no todo era eso. Quería abrazarla y sentirla a mi costado, y cuando apenas la vi venir me fue inevitable no sonreír de la emoción. Me dirigí hacia ella para darle un  beso en la boca, pero me di con la sorpresa que no quería recibirlo. Esquivó avergonzada mis labios, dejándome atónito y sin respuesta. No contribuí para que me diera una excusa, pues calculaba una que otra hipótesis. Pero dada la magnitud del caso me detuve a mirarla y preguntar si es que pasaba algo.


Paloma no quiso responder y eso me mortificó. Las únicas palabras sinceras que le escuché fueron las que mencionó cuando estaba a punto de quebrarse en llanto. “Vete, por favor”. No sabía que responder. Estaba frio y ahora sí mi apelativo iba de acuerdo con mi comportamiento. Tan frío como la mano de Santiago al momento de tocar mi hombro. Le dirigí la atención pasmado por su presencia, a lo que él me devolvió el fuerte golpe que le di tras meterme con su ex enamorada. “¿Qué mierda quieres?”, desde el piso balbuceé, aunque, sinceramente, esa pregunta debí hacerla internamente para mí.



lunes, 29 de agosto de 2011

Kids



Compartíamos la misma quinta con Rafaela. Ella vivía en el 310; yo en el 306.

Mis recuerdos y mis apuntes me llevan hacia Rafaela, hacia el amor que tuve por ella y hacia el dolor que me causó su partida. Ella era inigualable, se llevo toda mi infancia y con ello todo mi amor, todo lo que pude dar.

Ay Rafaela!

Rafaela tenía cinco años y yo seis, aún así compartimos el mismo grado en un colegio cercano a nuestra quinta. Un colegio que camufló nuestro amor y que guardó el secreto de nuestros besos. Unos besos secos y sinceros, pero aún inocentes.

A ella la veía todos los días. Bastaba alistar mis cosas en mi maleta y tocar la puerta de al frente. Su mamá al instante me iba abrir y nos iba acompañar hasta la puerta del colegio. Ya en la tarde pasábamos horas en mi cuarto, intentando hacer nuestra tarea, dibujando, pintando y disfrutando de esos años felices. Para terminar el día, en la noche, íbamos hacia su casa (hacia al frente) para comer con su mamá (yo no comía con la mía, porque la mía llegaba tarde). Ahí disfrutábamos de muchísimos más juegos y nos divertíamos viendo a su mamá llorar por cada estúpida telenovela.

Ay Rafaela, qué hermosa eras Rafaela. No te veía lejos.

Rafaela me comentó sobre un viaje que tenía que hacer, que iba a ser bien lejos y que iba a durar muchos años. Yo pensé que era una mentira y como para burlarme le recordé que ella me había hecho prometerle que nos casaríamos de grandes. Algo que ella no olvido, pero su mamá se lo hizo olvidar.

Ay Rafaela, no me digas eso!

Al parecer, el dejar de ver telenovelas estúpidas hizo que la mamá de Rafaela saliera en busca de pareja. Así lo consiguió. Una pareja que llenó sus expectativas. No físicas, pero sí económicas. Así se llevó consigo a Rafaela y a su mamá a un lugar mejor. Lejos de esa miserable quinta, pero también acogedora. Lejos de la pobreza, más lejos del amor.

Mi madre faltó un 7 de abril a su trabajo. Ella sabía del amor que le tenía a Rafaela, por eso mismo no dudó en eximirse de sus obligaciones y acompañarme en ese día tan difícil. Mi mamá no tardó en explicarme lo que significaba irse. “No te preocupes, no van a dejar de escribirse. Solo es un viaje que tiene que hacer, va a volver pronto, de acá a unos tres años. El tiempo pasa volando” Volando en tristeza me encontraba. El solo ver partir todos sus juguetes, sus muebles, el viejo televisor en el que veíamos con su madre las telenovelas, su ropa, su madre y a ella, me hizo sentir peor.

Ay Rafaela, ¿qué puedo hacer?

Desde el cuarto más alto de la quinta observé cómo se iba Rafaela, como se iba el amor. Era inevitable la despedida y para hacerla menos triste decidí quedarme con mi mamá en la parte más alta. Rafaela volteó la mirada para ver si era respondida y lo único que encontró era mi rostro a punto de desencajarse. Todo era tan inevitable.

El taxi que los llevaría hacia el aeropuerto, hacia un futuro mejor, fuera de este país de mierda, fuera de esta quinta de mierda, estaba a punto de salir. No iba a ser un hasta luego, supe que era despedida y que nunca más la volvería a ver. Por eso mismo, corrí alocadamente hacia al taxi. Si me vio llorar era lo de menos. Era la última vez que la iba a ver, por lo menos un último beso, un último suspiro, un último adiós. Chau Rafaela.



viernes, 29 de julio de 2011

Pasión y locura


Un poco de locura y de pasión se entremezcla, estimulando el deseo por ella y por su amor. La locura me hacía actuar desenfrenado y sin cautela. Tan desenfrenado que no me privaba del derecho de mirarla y de las represalias que reclamen el porqué de mi mirada. Tan impaciente que me hacía vulnerable a las ansias y a la soledad.

La pasión actuaba de forma distinta. Más calmada, más fina. Tan calmada que en ella supe obtener la paciencia que todo compositor anhela tener. Tan fina que me permitía exponer mi sensibilidad en palabras. La pasión actuaba desplazando a la locura en esos momentos donde la soledad tomaba la monarquía de mis noches. Esas noches donde la sentía a ella más lejos y más inalcanzable. En esa pasión me apoyaba para disfrutar de todo lo previo y hermoso que resulta el no tenerla.

Ahora más loco y más apasionado me siento a esperar ansioso el momento. Disfrutar de estos mis últimos días, de estos que lloran por ser escritos. Estos días que serán olvidados, una vez comience el predominio de la pasión, aquella que gozó compartir al lado de la locura gran parte de mis días, pero que ahora necesita tomar el poder de mí, para poder al fin actuar libremente, por ella y por mí.


lunes, 27 de junio de 2011

En buena hora


En buena hora que deje atrás esa conversación tan larga y estúpida. El solo escucharle me sonaba nauseabundo y falso. Tan falso como sus amigos y su vida.  En buena hora que agarré la valentía de decirle adiós y así salir presuroso, eximiéndome de tontas excusas y falsas sonrisas. En buena hora que el tiempo y el lugar se juntaron en uno para regalarme un preciado instante del que persiste encuentra. Un instante del que ahora soy parte y víctima.

No me costó una vida decirles que me tenía que ir y que no podía estar con ellos. Soné muy natural y caí incómodo. Eso me gusto, pues es mejor dejar una mala imagen a las personas que realmente no te caen, así guardas tu mejor imagen para los que en verdad la merecen. Así fue que salí sin ánimos de estrecharle la mano a cada uno de sus amigos y sin ánimos de preguntarle a ella el porqué se junta con tanto imbécil.

Ya distanciado de esa falsa mesa, aun sentía el aroma a hipocresía y con qué gusto lo respiraban. Yo no, así que apuré el paso y me dirigí hacia cualquier lugar, pero tenía que ser lejos. Lejos de ella, de sus amigos, de lo normal, de lo falso. Fue así que encontré una banca en forma de semicírculo. Perfecto pensé. No había nadie ocupándola. Era sola para  mí.

No quería atender a nadie ni siquiera ser atendido. Me sentía lo suficientemente cansado de escuchar problemas de otros. Es más, tampoco pretendía ser escuchado, pues de que sirve hablar si cuando quieres hablar nadie quiere escucharte. Todos queremos ser escuchados, algunos se mueren por contar sus problemas; otros, se quedan callados porque simplemente no pueden contarlos. Yo creo que puedo contarlos, pero hace poco me di cuenta que abuso mucho de esa habilidad. Cuento y cuento, sin preocuparme de los problemas de otros.

Si había a alguien a quien quería escuchar, era a Peter Bjorn & John. Había una canción de ellos que me transmitía impotencia. Me presentaba preguntas y no necesariamente para ser resueltas. Ya con el celular en la mano y con los audífonos en su lugar, la puse a reproducir y me aparte. Me aislé por unos seis minutos.

Papapapapapapapapaaaaaaa, Papapapapapaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Papapapapapapaaaaaaaaaaaaa. Mantenía los ojos cerrados con la excusa de vivirla más. Así me lo hicieron saber unos drogadictos en mi viaje de promoción, pero carecía de sentido. Las canciones necesitan ser parte también de paisajes y de momentos. Así que abrí los ojos. Quizá algo bueno habré de presenciar.



Lamentablemente, la canción terminaba y el final no parecía ser el correcto. No quería que acabara así, con la impotencia de no poder hacer nada. Con las melodías tristes congelando el instante. Con tus ojos sobre mí, domando mi vida, mi accionar.  Con tu paso alejándose cada vez más lento y preciso. Con tu fragancia alejándose. Con tu cuerpo desviándome. A dónde se mueve ella?   A dónde irá?  Son las preguntas que no necesariamente fueron resueltas. En buena hora que apareciste. En buena hora que decidí  apartarme de lo monótono. Apareció  ella como de costumbre, en el momento indicado y con una hermosa canción.              

lunes, 13 de junio de 2011

El nuevo inquilino

Tengo un nuevo inquilino en mi hogar y en mi vida. Su nombre es  ukulele, una guitarrita pequeña que parece de juguete, pero no lo es.

Esta guitarrita, de origen hawaiano, la adquirí el sábado pasado a un módico precio, en la misma tienda donde compré mi primera guitarra eléctrica.  

La recibí sin funda donde guardarla, Esto me obligó a llevar la guitarrita al aire hasta la tienda de mi mamá.

Antes le había preguntado al vendedor si era posible de que me roben la guitarra por esos lares. Me respondió riéndose que los ladrones pensarían que es un juguete, que no pasaba nada y que vaya con fe

Tuve que caminar como media hora y durante todo el transcurso pude ver a mi alrededor putas, cines porno, tiendas de guitarra, barras de a luca y un huevo de gente que se preguntaba por mi guitarra. Todos miraban mi guitarra, pero no se les veía en la cara la intención de robármela. Así tuve fácil  el trayecto y no tuve ningún inconveniente.

Los inconvenientes llegaron en mi casa, al parecer mi ukulele no agrado a muchos en la casa. Aun así, para mí es un inquilino al que se le debe respetar; por lo tanto, también escuchar. Pues este instrumento tiene un valor especial, lo compré con mis ahorros, dejando de lado cualquier otro tipo de gasto. Es el nuevo inquilino y ahora duerme conmigo, a mi lado y acompaña a las tres guitarras que esperan siempre ser tocadas.




viernes, 10 de junio de 2011

"Amigos"

En situaciones como las de ayer, tocar bien o tener a un vasto público  no toma la importancia requerida para alguien que necesita mayormente de estos incentivos para explotar todos sus sentidos.

El ver a un público que responde con aplausos y gritos a lo que se prepara días u horas antes gratifica a cualquier artista ¿A quién no? Un artista trabaja en su arte para ser valorado y entendido. Por esto muere el artista y por esto muero yo
.
Pero hay cosas que suelen ser más gratificantes para un artista. Cosas que lo vuelven loco a uno y lo dejan con unas ganas increíbles de volver a tocar y de tocar por siempre. Cosas como:

Salir al escenario y escuchar los primeros aplausos por parte de tus  “amigos”, de aquellos que no les cuesta nada quedarse hasta tarde en la universidad. Aquellos que no les importa oír canciones que nunca habían escuchado en sus vidas. Esos amigos que aplauden “sin parar”. De esos “amigos” que a la salida te buscan para felicitarte o para reclamarte por sus manos rojas. Esos amigos carajo!. Esos amigos.

Ellos son el puente entre la felicidad y el arte; y por ellos mis ganas fluyen y me empujan a seguir tocando y expresándome como en este corto relato.

En esas situaciones realmente se siente la amistad y empiezas a amar a tu universidad por regalarte la oportunidad de conocerlos y de pasar tiempo con ellos. Por días como el de ayer, me vuelvo loco y más sincero.

Las excusas pasan a segundo plano al día siguiente y no guardo rencor por los que no me acompañaron en momentos importantes, como el de ayer. No me importa en lo absoluto, porque la importancia siempre recae en los presentes y ellos te hacen olvidar a los que no fueron y a los que no pudieron.  Inclusive te hacen olvidar que no estás tocando frente a la mujer más hermosa de toda la universidad, por la que te mueres y por la cual compones.

Gracias “amigos”.





domingo, 5 de junio de 2011

Unir y despegar


      Comencé a escribir sobre ti apenas me di con la sorpresa de hablarte. No te conocía y no pretendía conocerte. Fueron unas cuantas palabras las que intercambiamos, pero fueron las suficientes para darme cuenta de lo importante que podrías ser en mi vida.

     Te vi cruzar la pista sin prisa, caminabas con un bolso marrón aferrado a tu brazo derecho. Andabas como sabiendo que estabas en la hora indicada y que no tienes ningún inconveniente en llegar tarde a tus clases. Parecías desorientada, tanto así como un extranjero. Mirabas a tu alrededor como acariciando con tus ojos cada imagen que un vacío paradero nos puede brindar. Eras diferente y me di cuenta al instante. No hacía falta entrar a tu facebook o hablar contigo. Me bastaba con mirarte, así te acariciaba también.


     Te había observado durante todo el verano, unas vacaciones tiradas a la basura en una maldita academia que no me sirvió de nada. Compartíamos el único colectivo que podría llevarnos desde los alrededores de mi casa hasta la pre. Tú subías antes, yo subía después. Ya sabía  la hora en que la combi te llevaba y me dejaba llevar por ti. Era un amor platónico, uno de esos que sabes que nunca lo vas a tener, pero que aún así admiras ese amor. Terminó la pre y pensé que mi admiración terminaría ahí, pues no ingresé y pensé en no postular otra vez a esa universidad. Lo último no se dio. Postulé otra vez, ingresé, pero no imaginé volver a verte.

    Fue un viernes en el que te vi cruzar hacia el paradero. Ojos marrones, cabello largo hasta la altura de tus senos, vestida con personalidad, toda una mujer. Me sorprendió verte, pues las oportunidades de verte en ese paradero o en la universidad eran 1 de 12 930.
      Me entrometí en mi timidez y volví a ser el mismo de la pre, un cobarde, porque así me calificaban mis compañeros cuando les comenté sobre ti. ¡Eres un completo tarado! ¿Por qué chucha no le hablas huevón? Así me repetían incontables veces. Era un tarado de esos que pocos lo entienden y bueno en la pre nadie me entendía, por eso hice pocos amigos durante ese ciclo. Era obvio pensaba en ti y me distraía un culo, pensando en el porqué me arrastrabas y me dejabas tirado en mis sueños.  Soñé varias veces contigo, ahí sí te hablaba. Creo que esa era la razón del porqué no te hablaba en la vida real. No quería arruinar esos sueños, eran tan hermosos, tan reales. Tan real como el momento que estaba presenciando. Me hablaste como en mis sueños.

       Me viste sentado, esperando el carro vacío que me lleve a la universidad. Me hablaste y te sentaste  a mi costado. No lo creía. Balbuceé algunas palabras mal articuladas. Fueron los nervios a ellos les eché la culpa. La situación estaba ahí y no podía escapar y me detuve a prolongar la conversación a ver en que terminaría. Ahora sí en mi alma se alejaba mi yo cobarde, en esos instantes parecía otro.

       La conversación fluyó por unos 10 minutos, pues fuimos hacia la universidad en el mismo colectivo, un carro en los que caben todos apretados por la hora, pero entran. Encontramos felizmente un carro vacío apunto de llenarse. Nos subimos a ese carro y la conversación siguió. Me hablabas como si me conocieras de antes, como si las miradas cuenten como conversaciones; así hubiésemos tenido una vida que recordar. Me reconociste por mis anécdotas en la combi, como cuando me peleé con el cobrador, porque siempre nos botaba hacia el final del carro. Me repetía: Apeguense al fondo los de la pre. Nos trataba como basura y me recordaste ese momento. Por ese recuerdo, que lo hice sin pensar en el contenido que tenía ese instante para ti, me hablaste.  Me recordaste y me tenías hipnotizado. Parecías a la de mis sueños, eras la misma. Tu carisma fluía, tu sonrisa era indescriptible para mí y para la literatura. Tus ojos, que en varias ocasiones chocaron con los míos, ahora los tenía en frente de los míos y no los quería dejar. Hablamos y hablamos sobre anécdotas en la combi, de mis notas en la pre, qué carrera seguía, cómo es la universidad (todavía me sentía un cachimbo), de cosas que adquieren mayor importancia en estos momentos.

      Bajamos de la combi. No sabía tu nombre todavía y te lo pregunté antes de cruzar hacia la universidad. Suena raro, pero hablamos demasiado. Como si nos conociéramos de tiempo y no sabemos nuestros nombres. Me llamo David. Tú? Comenté algo nervioso. Ella agregó Romi. Cruzaste la pista  diciéndome tu nombre, me miraste a los ojos y te alejaste lentamente, como mi cobardía.

     Te alejaste de mí y del mundo. Tu paso por mi vida se hiso sentir. Las miradas y el poco tiempo  que hablamos fue suficiente para darme cuenta de que lo hermoso no es duradero. Justo cuando empezaba una nueva vida, una nueva manera de verte ya no solo con los ojos. Justo cuando empezaba a sentirme vivo me tropiezo con tu imagen en el medio de la pista. Tirada, ensangrentada y conmovida por el violento choque con el imprudente conductor que no te respeto para nada. Ni a mí tampoco me respeto ni a tu familia. No respeto a nadie. Se jodió todo, absolutamente todo. Tu vida, la mía, la de tu familia y la del conductor, todo este conjunto de vidas ahora se lamenta, empiezan a reclamar desde un rincón por la injusticia, el dolor y el destino. Y créeme que no te dejo de escribir. Tu recuerdo palpita aún en mis sueños.